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mercoledì 29 ottobre 2014
EL SIMBOLISMO EXISTENCIAL DE FRIDA KAHLO
de DANILO CARUSO
La sensual artista
Frida Kahlo (1907-1954) nació en México
al tiempo del cambio social revolucionario antiburgués. Mujer de índole enérgica,
se casó – dos veces, la primera en ’29 – con el famoso muralista Diego Rivera (1886-1957),
un comunista en auge en el panorama cultural de aquel País latinoamericano, y
que luego ayudará Trotzkij en fuga. Los hechos biográficos de ella y de la
futura pareja (la paloma y el elefante, los apodó la contrariada
católica madre de la pintora), alimentados por dolorosos pasos, han elevado la
Khalo a emblema de tenaz vitalidad. Es posible interpretar la obra pictórica fridiana disfrutando de instrumentos analíticos procedentes de literatura y
psicología. En los elaborados de Frida se encontra – de más en el asillamado “diario”,
si excluimos las cartas y otros textos de carácter exclusivamente verbal – con la
presencia de palabras los que entran en simbiosis con la representación, pero
siempre se trata de una imagen gloal de alta calidad lírica. En consecuencia de
la muy traumática colisión vial que la implicó la joven Kahlo (que queria ser
médico, y que ya mostraba interés a la “vida”), comprendió la oportunidad, planteada por el padre fotógrafo, de expresar, en potentes figuraciones, el
universo de su interioridad probada. Por Frida la pintura constituye la
elección de un lenguaje inmediato a los ojos de los espectadores (un lenguaje
en todo caso no simplista), una forma semiótica entre los básicos de la Civilización
occidental, cuya idea de los ser-de-las-cosas se vincula al “visto”. Definirla
una “poetisa” de la imagen es un resultado al que he sido inducido por una
serie de consideraciones. El acercamiento de un par de mis composiciones
poéticas, (escritas alrededor de 2004, cuando entonces no me interesaba de ella)
con una su pintura (“Lo que el agua me dio”, fechado 1938) y una su anotación
lírica del diario (dedicada al marido), ha hecho madurar un particular
recorrido de lectura estética dentro del que he podido coger tangencias
conceptuales.
De anima (versos endecasílabos sueltos)
L’anima
mia è come un lago:
molte
sono le cose galleggiantevi,
il
cielo è la maglia di un ragno:
il
suo fondo rimane insondato.
En el cuadro domina
la presencia del agua, metáfora figurativa de una arché psíquica (elemento
distintivo del desorden originario adoptado por cosmogonías antiguas). El
sentido de la obra es análogo al de mis versos. La bañera constituye el embalse
del lago sobre que flotan los vividos. Se ven algunos
importantes puntualizados que conciernen las esferas personal (eros y thanatos),
familiar, mundana; toca pero la “realidad”
concreta del pie derecho por el déficit que le permaneció a causa de una – en
apariencia – poliomielitis infantil (en edad adulta en 1953 mitad de la pierna
le será amputada). De seguro el estilo aparecerá – en el caso de toda la
producción kahloista – aquél del Surrealismo teorizado por Breton, el cual apreció
la pintora mejicana incluyéndola en el número de los artistas de lo “surreal”.
Pero él cometió el error, explicado por la misma Frida, de no intuir el sentido
interior y real de un hacer arte que tenía del sueño sólo el vestido, y por
añadidura de fuerte espesor psicológico, dada la unión en la fase elaborativa
de los contenidos con las vicisitudes. Los problemas a la espina dorsal, del
que testimonio intenso “La columna rota” de ’44, se agudizarán en el último decenio
de vida: en dicha pintura ella utilizó
el símbolo de una columna iónica deteriorada. La autenticidad de la Kahlo,
excelente de por sí (a su decir los surrealistas conocidos a París en ’39
fueron desagradables) queda en efectoinsondada sobre el fondo de la bañera
(dónde ella está). Su malla del araña es el atractivo a través del que ha entrampado
a los admiradores de toda época.
Estasi (versos libres)
Magia
di un momento,
fusione,
ricongiungimento cosmico,
contemplazione
reciproca,
chenosi
di animi,
incrocio
di libido.
Unus
alterae,
altera
uni.
E
duobus unum.
Del “diario” de
Frida Kahlo
Diego,
principio
Diego,
constructor
Diego,
mi niño
Diego,
mi novio
Diego,
pintor
Diego,
mi amante
Diego,
mi esposo
Diego,
mi amigo
Diego,
mi padre
Diego,
mi madre
Diego,
mi hijo
Diego,
yo
Diego,
universo
Diversidad
en la unidad
¿Por
qué lo llamo Mi Diego? Nunca fue ni será mío. Es de él mismo.
Los temas
estructurales de la lírica al marido muralista los he en igual manera hallados
en mi poesía: el proceder de la fusión
en la composición fridiana tiene principio
con Diego, y continua con una
secuencia de determinaciones de tal “sustancia” en la forma de categorías esenciales
de su ser, secuencia culminante en la reunión
cósmica de los versos «Diego, yo / Diego, universo». Una atmósfera
metafísica y mística circunda toda esta notación poética, la cual proyecta de
modo parecido al mío versificar, hacia, pero no sólo, un plan de espiritualidad
filosófica pertenecida al Romanticismo alemán de Hegel y Schopenhauer: se vea
la unión de opuestos en un tercero por una síntesis y la fuga de lo empírico
del yo que se hace yo puro contemplante
(no olvidamos que el padre de Frida era un Judío húngaro crecido en Alemania). La
a) «Diversidad» b) «en la unidad» es argumento muy complejo revisto en mis versos
a) «Unus alterae, altera uni» y b) «E duobus unum». Aquí ellos mostran sobre
todo un fondo platónico vuelto a evocar el mito de lo andrógino narrado por
Aristófanes en el “Simposio”. En el atractivo ejercido por la Kahlo se destaca
prepotentemente la gracia andrógina. Durante su vivir – cómo reacción a la
conducta perjura del marido – ella tenió relaciones amorosas con hombres y
mujeres, (entre ésos el prófugo Trotzkij, teórico de la revuelta proletaria
global, acorralado por los sicarios de Stalin). Este complejo de factores, a mi
aviso, le indica en Safo un equivalente estético – hechas salvas todas las
distancias individuales, culturales e historicas – del artista mejicana. Los
metros artísticos sáfico y fridiano son homogéneos: las experiencias y la existencia están al
centro de su weiliana atención, ambas representan el propio sentir. El “Autorretrato
con el pelo corto” (1940), que data del temporal período en que la Kahlo se
separó de Rivera, expresa por ejemplo la misma matriz de malestar del fragmento
31, (edición Voigt), que hace percibir en su fisiología la turbación sáfica. El
lesbianismo, cuyo un fruto es “Dos desnudos en el bosque” de ’51, la aúna todavía
a la “décima Musa” y la Casa azul, en la cual habitó, se transforma en un tipo
de tiaso (aquí pasaron los citados Breton y Trotzkij). Nada menos ella misma recuerda
Safo, en ’49 en un texto crítico sobre Diego, afirmando que ése habría
conseguido una dichosa hospitalidad en la isla “lesbiana.” La atribución a una
tipología de simbolismo existencial de toda la obra kahloista no parece pues
arbitraria. Ha en cambio exagerado mucho quien ha levantado Frida a un dios, y
ha fundado hasta de ella un culto religioso. Se trata de una absurdidad la cual
no tiene nada a que repartir con un aproche serio y razonable a la creatividad,
al pensamiento y a la biografía de esta pintora: la orientación política marxista (en los años
Veinte el marido la representó en camisa roja que da fusiles al proletariado
sobre el mural “La distribución de las armas”), y aquélla religiosa
ateo-panteísta habrían sido válidos motivos de rechazo de una cosa del género. Parece
claro en tal hecho hayan distorsionada la figura de ella, difícil hablar de equívoco.
La muerte de Frida Kahlo se vela del sospecha de una eutanasia. El tema del
sufrimiento se revela central, pero no exclusivo, en sus cuadros. Su existencia
fue la más dinámica posible a pesar de varios abortos, unos treinta de
intervenciones quirúrgicas (consecuencia del accidente cuando era de dieciocho
años) y la ulteriora hipótesis de una enfermedad congénita. El último trabajo,
completado en proximidad de la muerte, contiene escrito el emblemático título:
“VIVA LA VIDA”. Hoy ella aparece además un icono del feminismo, (a tal
propósito se vea “Unos cuantos piquetitos”, fechado 1935, inspirado por un
homicidio), sin embargo habría sido la primera a no agradecer el ser deificada.
Trabajó por otro lado, junto a la individual catarsis del malestar (a través de
la sublimación artística, de la cual exemplum, después de un penoso aborto
espontáneo, “Henry Ford Hospital” de ’32), por un proyecto apologético de su
ego que definiría de narcisismo
científico. Pintando la propia grande personalidad en no poco, intensos y
significativos autorretratos, la Kahlo ha hecho justicia respecto a sus
problemas (uno fue el marido que la traicionó también con una hermana). De estos
“Las dos Fridas” (1939), dónde ella pone en campo un desdoblamiento interior,
es entre los más particulares y hermosos. Si miramos aquella foto en la cual
ella está a la izquierda del cuadro, notamos un movimiento dialéctico hegeliano
de tesis-antítesis-síntesis; de
derecha: la Frida querida, la Frida
dejada por Rivera y la Frida real, provenida por la experiencia del divorcio.
El escisión, adoptante dos modelos de vestirse (uno típico mejicano, uno europeo),
revive de ella además el origen mixta: el abuelo paternal era húngaro, aquél materno indio (más detallada la
genealogía en el precedente “Mis abuelos, mis padres y yo”). Su narcisismo no tiene un valor
negativo; quizás calificar la gana de
vivir y de emerger en esta manera será impropio, pero en la circunstancia de la
Khalo la dimensión estética resulta visible, y su positividad reside en la
vocación intelectual. Despreciable aquel narcisismo,
utópico, de quién sobre el vacío
construye veleidades desarmadas: el
Narciso del mito era bonito, y para los Griegos la belleza era tambien una
virtud. La belleza fridiana es una virtud en el arte y en la vida. En la
producción artística no existe lo feo, quién afirma feo un elaborado se
contradice: o aquél no es una obra de
arte (y por tanto no es capaz de conducirnos a la belleza), o quién juzga queda
vinculado al criterio de lo “agradable” sin elevarse al comprender el
arte y la belleza. Además de mis dos pequeñas tangencias poéticas con el
mundo de Frida, agradable el descubrimiento que, como yo, accediera a juegos
verbales (ella en las cartas) amasando idiomas diferentes: sin duda un síntoma de viveza mental. La
misma que la llevó a formarse una conciencia política y a militar en las filas
comunistas. Su deseo de personal salud y de bienestar universal, en un cosmos
que Simón Weil queria no sistemáticamente invadido por la Providencia divina (pero víctima del intrínseco mecanicismo), se traslada, con aquel impulso que
la contemporánea filósofa francés veía en la paritaria fuerza evocadora del
ideal comunicado al producto artístico, en una de las últimas pinturas del
provocador título, casi profético, lleno del humano calor que tiene la imagen: “El
Marxismo dará salud a los enfermos”. A los hombros un rostro de Marx, ella
echadas las muletas – en una antelación de aquélla que queremos creer verdadera
beatitud – se tiene de pie sola.